jueves, 23 de junio de 2011

ÁLAMOS

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domingo, 5 de septiembre de 2010

Desde la silla del fiscal

Desde la silla del fiscal
El Juicio Ciudadano a los socios de la guardería ABC

RPR

Todas aquellas papeletas rojas con el texto “CULPABLE” levantadas a la vez, eran como puertas que abrían paso a la esperanza y a la certidumbre colectiva. En sí, suponían una oportunidad de manifestar una opinión analizada, previa información recibida, pero esa noche hermosillense del 5 de marzo de 2010, dadas las circunstancias que envolvían el evento, cobraban una significación más grande y profunda.

Tal evento, el Juicio Ciudadano a los socios de la guardería ABC, había sido convocado un par de semanas atrás por el Movimiento Ciudadano por la Justicia Cinco de Junio, y la respuesta de la gente –casi 400 personas inscritas como jurado y 200 como espectadores-, reveló que el incendio que cobró la vida de 49 pequeñitos y dejó con serias lesiones a más de 70, era aún un asunto de interés social primordial.

Desde la posición en la que como fiscal fui ubicada, tuve el privilegio de dominar el panorama prácticamente completo: juez, secretario, abogado defensor, miembros del jurado, escrutadores, público asistente, testigos de calidad, automóviles que disminuían su marcha para captar algo de lo que en la escalinata del Museo y Biblioteca de la Universidad de Sonora se estaba viviendo. Todos estaban al alcance de mi vista, excepto el grupo de padres y madres que en aquel fatídico 5 de junio de 2009 perdieron una parte de sí, pues ellos permanecieron, irremediablemente, sentados a mis espaldas.

Al aceptar la invitación que el Movimiento 5 de Junio me hizo para desempeñar el papel de fiscal en el Juicio Ciudadano a los socios de la guardería ABC, entendí que estaba contrayendo un compromiso con las víctimas fatales de ese ominoso incendio, con sus papás y mamás, así como de los niños que resultaron lesionados, y con la sociedad misma, “que desde aquel día, de uno u otro modo vio trastocada su vida y se sintió desamparada por el actuar de las autoridades encargadas de impartir justicia”, según lo señalé en el pliego de acusación.

Pensé que al incorporarme a lo que sería la primera mesa del Juicio Ciudadano, tendría la oportunidad de prestar un servicio a la comunidad a la que pertenezco, pero en realidad la que se sirvió fui yo, y con cuchara grande, pues fue ocasión en que conocí y conviví con personas de corazón noble, inteligentes y generosas, cuyo proceder era y es consecuente a esas características. Me refiero, por supuesto, a los padres y madres de los niños fallecidos o lesionados en la guardería ABC, a su abogado, a los miembros del Movimiento por la Justicia Cinco de Junio y a los compañeros de la mesa del juicio.

Para conformarse la mesa del Juicio Ciudadano a los dueños de la guardería ABC, las personas mencionadas en el párrafo anterior, sostuvimos varias y prolongadas reuniones que tenían el objetivo de adjudicar de manera consensuada, los papeles a desempeñar: juez, secretario, fiscal, defensor de oficio y escrutadores, de acuerdo al perfil y disposición de cada uno. A partir de que se me confirió el cargo de fiscal, y apoyándome en mi formación profesional como historiadora, me di a la tarea de revisar, con la ayuda desprendida de un joven colega, algunos metros lineales de documentación referente al caso, de diverso origen.

Esta labor duró aproximadamente tres semanas, en la cuales “con paciencia franciscana y resistir de pascola”, como dijo un poeta sonorense, revisamos en detalle oficios de la Secretaría de Salud de Sonora, del Instituto Mexicano del Seguro Social, de la Procuraduría Judicial del estado de Sonora, del Ministerio Público y de la propia guardería, entre muchos otros. La información era tan abrumadora y contundente para armar la exposición del caso, que hubo que discriminar algunos asuntos y dejar por fuera documentos.

En este tenor, en el pliego de acusación me limité a plantear algunas de las conductas reprochables en las que incurrieron Antonio Salido Suárez, Marcia Matilde Altagracia Gómez del Campo Tonella, Sandra Lucía Téllez Nieves, Gildardo Francisco Urquídez Serrano y Cristóbal Alfonso Escalante Hoeffer, para lo cual me enfoqué en separarlas entre lo que sucedió antes, durante, y después del incendio del 5 de junio. En síntesis, estas conductas reprensibles se encierran en un círculo de mezquindad, tráfico de influencias y simulación, que se manifestaron a través de las irregularidades tramitológicas a la hora de establecer la guardería, las anomalías (traducidas en negligencia) en el tiempo de su operación (2001-2009), y ausencia física enmarcada por un profundo desinterés y, de hecho, desprecio por la vida de los hijos de madres trabajadoras, durante los días subsiguientes al siniestro.

La información a mi alcance era tan profusa e intensa, que los 25 minutos que el juez ciudadano asignó a la exposición del fiscal fueron insuficientes para presentar ante el jurado todos los argumentos asequibles. La atinada y bien sustentada exposición del defensor de oficio, me motivó a ocupar cada segundo de los diez minutos que me concedieron para replicar, presentando nuevas pruebas y fortaleciendo las evidencias expuestas con antelación. Finalmente, el defensor cerró su explicación con una convocatoria a la reflexión y a la toma de conciencia por parte de la ciudadanía.

Fue al enlistar el juez ciudadano las conductas reprobables de cada uno de los inculpados, conminando al jurado a que emitiera su veredicto para los cargos individuales y colectivos, cuando surgió esa extensa mancha roja, valiente, firme, alta, ininterrumpida, sancionando por inmensa mayoría la culpabilidad de los socios y dando pie al dictado de la sentencia por parte del juez: pedir perdón públicamente, devolver el dinero acumulado por la operación de la guardería ABC, asumir los gastos y la responsabilidad para la atención médica de las víctimas lesionadas y quedar imposibilitados para ejercer cargos públicos y para el manejo de guarderías subrogadas.

El Juicio Ciudadano permitió a los hermosillenses erigirse en jurado de un evento que los conmocionó desde aquel viernes negro y saberse en plenitud de sus derechos civiles. Las víctimas del incendio presentes en el juicio, es decir los padres y madres de los niños de la guardería ABC, fueron cobijados por la solidaridad y empatía de los asistentes, y respaldados sus reclamos de nueve meses por la sentencia del juez.

Los miembros de la mesa del juicio tuvimos la oportunidad de trabajar en equipo para realizar un ejercicio ciudadano inédito en nuestra localidad y para dar razones y fuerzas en su lucha a los padres y madres ABC. En lo personal, más que una experiencia enriquecedora en diferentes áreas de mi vida, fue un obsequio que inmerecidamente recibí por parte del movimiento 5 de junio. El haber participado como fiscal en el juicio ciudadano me permitió revalorar el impulso de una sociedad que, de la perplejidad causada por el dolor y la ausencia, por la justicia aplazada y una irresuelta sinrazón, se ha erigido en custodia de nuestro patrimonio humano, en particular el infantil.

Con su confianza depositada en los miembros de la mesa del juicio ciudadano esa tarde del 5 de marzo, los padres y madres privados de sus hijos y de justicia, nos dieron una lección de lealtad y pundonor, proporcionándonos con su valor, tesón y perspicuidad, las flores para levantar una ofrenda de amor y vida a sus niños, los niños del incendio de la guardería ABC.

Hermosillo, Sonora
Primavera de 2010

viernes, 2 de abril de 2010

El soldado de las artes


El soldado de las artes

Raquel Padilla Ramos


Tuve la inmensa fortuna de conocer en diciembre del año pasado al pintor yucateco Rolando Arjona, en el marco del XXV Congreso Internacional de Historia Regional, organizado por la Universidad Autónoma de Sinaloa y el Centro INAH Sinaloa celebrado en Culiacán. En esa ocasión fui invitada a compartir con el auditorio sinaloense mis investigaciones relacionadas con la participación de los yaquis en la revolución. Había preparado una presentación con diapositivas, algunas de ellas con magníficas imágenes sobre ese tema, pero no me fue posible proyectarla pues estábamos ubicados en el hermoso patio central del edificio histórico de la biblioteca universitaria a plena luz del día.

Ante la falta de imágenes, tuve que echar mano de una retórica diáfana para explicar al público cómo fue que la participación de los yaquis en la revolución, contrario a lo que parece, fue una expresión más de sus formas de resistencia. Hablé de cómo en 1911 fueron liberados de su condición de prisioneros de guerra en las haciendas henequeneras de Yucatán, para ser dados de alta en batallones que fungían en realidad como grupos de choque y amedrentadores hacia los votantes en las elecciones para gobernador. Entré en detalles de los personajes políticos de aquella época y aquel lugar, y de cómo los yaquis se las ingeniaron para sacar provecho de ese entorno tan adverso.

Desde la planta alta, recargado en el barandal, un hombre menudo y muy entrado en años dirigía su mirada inteligente e inquisidora a mi persona. Ocasionalmente fruncía el entrecejo como cuestionando mis aseveraciones y en otros momentos asentía con la cabeza. Luego regresaba a su quehacer para enseguida sumarse de nuevo al público desde su sitio privilegiado. Su trabajo consistía en hacer cálculos y trazos en la pared, mismos que desde mi localización no me era posible interpretar.

Al terminar mi exposición me acerqué a mis buenos amigos, los historiadores Laura Álvarez Tostado y Gilberto López Castillo para preguntarles quién era el señor que desde arriba me escuchaba con tanta atención. Me sorprendí gratamente cuando me contestaron que era el maestro Rolando Arjona, y que estaba allí para pintar un mural en la biblioteca central de la Universidad. La obra estaba siendo pintada a partir de elementos pictóricos preexistentes.

Ni tarda ni perezosa subí las escaleras para acceder a don Rolando. Me presenté ante él y me comentó que escuchó con atención mi conferencia pues sabía sobre los yaquis en Yucatán, y de cómo fueron llevados allá a trabajar como esclavos durante el Porfiriato. Hablamos sobre su trabajo, tanto el pasado como el que estaba realizando en Culiacán, el Códice de la Nación Mexicana. En la pared había gran cantidad de dibujos y escudos vinculados a la historia de Sinaloa, algunos elaborados por él, otros por sus discípulos, otros por gente que a él le era desconocida. No muy diplomáticamente, sobre el trabajo de estos últimos comentó la posibilidad de mejorarlo si tomaban un taller con él y permitían la transformación de sus escudos, bajo su tutela.

Arjona criticó la posición de algunos elementos gráficos, y de hecho la aparición de algunos de ellos: “No entienden que la heráldica no es para reflejar la producción económica, la heráldica es historia, es identidad”. Me explicó el significado de los trazos y del lugar donde estos se coloquen. Me enseñó también un libro de su autoría que trata sobre estos temas y me comentó la posibilidad de que fuese reeditado, cosa que lo tenía muy complacido.

Con gran pena me entero últimamente que el maestro Arjona ha presentado varios problemas de salud que no le permitirán terminar el mural en Culiacán, pero existe la posibilidad de darle continuidad a través de sus alumnos. Con casi noventa años a cuestas, la larga y prolífica producción plástica de don Rolando Arjona Amábilis está ligada fuertemente al nacionalismo posrevolucionario y a la vida social y cotidiana de México. Por un tiempo breve fue miembro del ejército, pero sus sueños estaban dirigidos al mundo de la estética.

Arjona tuvo desde muy joven una formación artística integral, de tal manera que lo podemos ver haciendo grabados, pintando al óleo o murales, esculpiendo o registrando imágenes con una cámara en la mano. Aunque ha sido multipremiado y homenajeado, escribo estas breves líneas para manifestar lo orgullosa que me siento de haberlo conocido y aprendido de él, así como para elevar un modesto homenaje hacia su persona. Su calidad artística sólo es superada, sin duda, por su calidad humana.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

martes, 27 de octubre de 2009

EN VENTA, $160 MX





ESTE LIBRO COMPILA LOS ARTÍCULOS DE DIVERSOS HISTORIADORES Y ANTROPÓLOGOS, QUIENES REALIZAN UN ANÁLISIS DE LAS RELACIONES QUE HAN GUARDADO LOS GRUPOS ÉTNICOS SONORENSES CON EL PODER A LO LARGO DE LA HISTORIA.